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Al norte del sur., Spain
En el norte del sur del centro del mundo, no hace frío, ni calor. Se podría decir que se está bien, aunque el clima no es confortable. Dejémoslo, no obstante, como está; por si las moscas.

domingo, 20 de abril de 2008

 
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Ya sé que ella eligió apurar la partida, y gana.
Que yo sigo jugando mis cartas marcadas, perdido de antemano.
Que me juego la vida por tener esperanza, y, por lo tanto, pierdo.

¿En qué lugar del mundo cabría ese minuto,
frío como la espada que nos cercena el alma?...

Si no fuera porque yo sé que, a pesar de todo,
mi paz vive en tus ojos.
Y, en los míos, se-esconde, agazapada,
esa luz que te atrapa.

Hoy vuelvo a tener miedo, porque sé qué me pasa.
Ayer fuí la hoguera. Hoy soy la ceniza que el viento arrasa.


jueves, 17 de abril de 2008

Quimio

Este lugar está lleno de rejas y puertas con cerrojos. Tú puedes entrar, pero yo no puedo salir. Además la verdadera cárcel es mi propio cuerpo.

Estoy bien. Tú me sientas bien. Me hace bien tu compañía y creo que sólo tú podrías darme la calma que necesito. Estoy bien. Si me hubiéras visto antes...Yo no soy como los demás.

Los demás hacen cosas normales. Salen a pasear, toman el aire, se mueven con normalidad entre la gente. No sé; hacen deporte, llevan a una chica a bailar...como ves, yo bailo solo. No paro.

Tú tampoco eres como los demás. Y es por eso que debo despedirme.

No volveremos a vernos.

viernes, 4 de abril de 2008

Ciego





CITA A CIEGAS



Tras una interminable y desapacible semana de viajes extenuantes, apenas consumida en kilómetros y horas al volante, por carreteras desbordadas a causa de un tráfico denso y torpe y anegadas de una lluvia torrencial; me dispongo, al fin en casa, a disfrutar de un fin de semana vago y reparador...sin compromisos...sin sobresaltos.

Sigue lloviendo. Una copiosa lluvia helada se ensaña con los cristales, de sellado hermético. Dentro, a este lado de la casa, el clima es benigno. La chimenea chisporrotea amable, caldeando la estancia, mientras la trompeta de Chet Baker va pintando con parsimonia las paredes del salón de colores melancólicos.

Cómodamente acoplado a mi mullido sillón, bajo la tenue luz de una lámpara de mesa, saboreo mi licor más estimado, a sorbos cortos y espaciados, mientras preparo mi pipa con lánguida fruición, dejándome envolver por las quejumbrosas inflexiones de este noble instrumento, de un metal desgarradamente dulce...la voz de un músico herido...Abierto, sobre mis piernas, con las hojas boca abajo, un libro, desde cuya portadad me contempla la sonrisa impertinente de Boris Vian.

La lluvia sigue arreciando en el exterior, sin piedad, evocando en mí viejas sensaciones; momentos vividos lejos del amparo de mi guarida, a la intemperie. Me apacigua el espectáculo de la lluvia en los cristales, yo a resguardo; siempre tiene esa virtud cinematográfica (como de flahs-back) de rescatar viejos recuerdos, buenos y malos. Me entretengo deslizando el sillón más de frente a la ventana mientras froto distraídamente mi oreja izquierda, siempre helada; en el gesto, el libro cae al suelo, y se cierra produciendo un ligero golpe que, sin embargo, centrifuga mis entrañas justo en el instante en que mis dedos tropiezan con el lóbulo amputado; una antigua cicatriz de guerra, como yo suelo llamarla...

Chet sigue lloviendo dulcemente...y con él y la otra lluvia, más cerca ahora de mi cara, me transporta por los laberintos del desolvido hacia una noche lejana...






Cómo olvidar aquella noche en que al fin pude conocerla...En mi vida había visto una mujer tan hermosa...

Al instante supe que no podía tratarse de la que yo esperaba. Esa diosa descolgada y solitaria había llegado una hora antes de lo acordado; además, no se le veía una traza de flor por ningún lado.

Aunque, también yo llegué dos horas antes...

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Para paliar sobresaltos, había previsto la escena del encuentro con premeditación y nocturnidad. La idea era llegar muy pronto, para irme diluyendo en el ambiente de la sala; y esperar, mimetizado en un rincón, a tiro de ojo de la entrada. Solapado, ensombrecido y ahumado, ligeramente achispado para el momento puntual de la gran revelación: la encarnación en mujer de ese espíritu amigable y cómplice, cercano y misterioso; vouyerando en la penumbra hasta el más mínimo detalle: el filo de su cadencia al tantear la entrada, sus ojos turbados y expectantes abriendo paso a la emocionada búsqueda...el tulipán en su pecho...su pecho en el tulipán...

-Te espero a las ocho en el pub del hotel. Llevaré una rosa roja en la solapa y seguiré siendo feo.

-Allí estaré, corazón. Me pondré un tulipán negro en el entreteto.

Apurando el quinto habana, a eso de las ocho y media, me pareció avizorar unos pétalos negrísimos por la falda de esa diosa, que sonríe con descaro al rincón que me cobija. Pero no, no es ella, ésta no tiene nada que ver con la mía; ni siquiera reconoce mi capullo en la ¡HIP! solapa. Por mí ya puede deshacerse en sonrisitas; yo me repantigo en mi sofá, como si nada, a tomarme mis habanas y esperar cómodamente.

No me deja de asombrar la idea de que, para ser la primera vez que me aventuro tan a oscuras, no me siento especialmente enajenado, ni siquiera nervioso. Me concentro en la espera, dejando macerar esta placentera emoción, que me sube por el bazo, en exquisito ron añejo; saboreando los instantes que me separan de ese cuerpo, soñado y sublimado, mil veces imaginado, del que no poseo datos. Tan sòlo algunas pistas dudosas, y la íntima certeza de la calidez que alberga; abonada en la resaca de tantas y tantas veladas de comunión confortable, al amparo de su dueña, cabalgando en el espacio de la noche cibernética...

¡Más de la nueve y no ¡HIP! llega!


Pasadas las diez, hace ya rato que empecé a ver tulipanes por todas partes ¡Y mi niña que no llega!

Había conseguido una inmejorable perspectiva de la escalera de entrada, pero a fuerza de habanas y concentración, veo ampliarse por momentos el campo de mis desvelos, abarcando ya el local entero, que bulle en el fragor de la fiesta aperitivo Saturday Night High Standing; al tiempo que me voy desmimetizando y, dicho de cualquier modo, sobresaliendo por mis propios fueros: bailando con mi rosa roja para ¡HIP! ella, un esperpéntico vals-rap para...¡Hip!...¡Socorro!

La diosa ha salido a la pista. Parece ser que a la mujer más bella del planeta le ha dado por fijarse en mí; precisamente hoy, que tengo cita. Y vierte a borbotones su impúdica mirada sobre mi persona, mientras parece señalar con la punta de la nariz la desmejorada flor que da brincos, fuera de compás, a la altura de mi diástole, borrachuza y despeinada: lo que queda de mi solitaria rosa roja para mi tulipán negro con chica, que ya no vendrá esta noche.

-CITA A CIEEEEEEGAS- le vocifero al oído señalándome el capullo.

-Tú ya has ligado esta noche- me susurra ella a los ojos con hormonal y desafiante aplomo. Sin dudarlo un instante, me arranca la flor de un bocado y la escupe con insólito vigor, haciéndola volar entre el humo multicolor que intoxica la sala abarrotada; para ir a acabar su inútil vida entre una desaforada jauría de cientos de pies desalmados.

Con mi gozo en un pozo y miss universo en ristre, decido volverme loco un rato; y para no espesarme mucho, me paso al gyn tónic. No sin antes engullirme dos coñacs de golpe.

A partir de este momento los acontecimientos se precipitan. Tan sólo un par de ideas fijas, deshiladas, nadan por mi anegado cerebro, intentando salir a flote en el pozo turbio de mi memoria mutante. No sé muy bien quién soy, ni qué hago aquí; pero tampoco me importa, ya que parezco haberme convertido en el rey de la fiesta. Y en efecto, me recuerdo vagamente simpatizando bastante con damas de muy variopinta estirpe y calado. Actitud la mía que, sin duda fue muy mal interpretada por sus correspondientes acompañantes. Y, sobre todo, por el padrino de la diosa, que apareció en mala hora...

Me despierta una tremenda punzada en las costillas. Una arcada sanguinolenta hace retorcer mi cuerpo sobre el asfalto encharcado, bajo una copiosa lluvia helada mañanera que me impide respirar y embadurna mi traje nuevo con montones de basura que han vertido sobre mí. De mi oreja izquierda mana sangre sin cesar.

Dolorido y tiritando, la cabeza amenaza con estallarme y siento que voy a caer de nuevo en coma.

La vista se me nubla y sólo alcanzo a distinguir, a ras de suelo, algunos restos de la fiesta amontonados, nadando por los charcos de lluvia y vómito, entre cubos volcados: rollos de papel inflados...botellas astilladas...ríos de salsa rojiza...pequeñas islas de nata flotando en sangre, mi sangre...una rosa roja machacada y un hermoso tulipán negro con los tallos entrelazados...


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La trompeta de Chet acaba de exhalar su último lamento y yo me digo que está bien por hoy de música. Afuera sigue lloviendo. Ya es de noche. Me prepararé otra copa...encenderé al fin la pipa...y rescataré a Boris del suelo para darme una vueltita por la espuma de sus días...




 
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