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Al norte del sur., Spain
En el norte del sur del centro del mundo, no hace frío, ni calor. Se podría decir que se está bien, aunque el clima no es confortable. Dejémoslo, no obstante, como está; por si las moscas.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Exclusiva

Ni Soraya ni Virginia. Ni mucho menos la Eli esa.

Confirmado. Es mi yerno.



domingo, 21 de diciembre de 2008

Con las manos (a modo de postalita)

Hoy no dejo hablar al misántropo ya que, aparte de ser un cenizo, se suele aturullar de tal manera que no lo entiendo ni yo, a veces. Además para estas fechas (sí, Navidad) siempre me deja un huequillo para desearos ánimo (sí, ánimo) aportando alguna cosa hecha por mí con las manos, y con algo más.



 
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La foto no es mía; pero sí he sido yo quien la ha echado a perder. En cuanto a la música, es de Brahms, y por lo tanto, de todos; y me viene justamente a la mano, de su mano, ya que se trata de algo que acaba de suceder hace apenas unos días; concretamente el pasado día 13, Santa Lucía. Algo muy importante para mí, que me ha mantenido largo tiempo muy ocupado y me ha aportado infinidad de cosas buenas. Algo al margen del trabajo. Que me ha hecho recuperar el espíritu diletante que siempre me movió.

El misántropo diría, lo dijo de hecho, que a un zángano no le puede esperar otra cosa que la enajenación total si intentara besar a la luna; o algo así, diría. Que jamás le saldría ese poema que estaba intentando escribir; y efectivamente, nunca le saldrá. Pero hoy me cede el sitio a mí, porque lo mío es cantar (para escribir ya estuvo el Johannes). Y seré yo quien os diga que el poema está recién cantado, y grabado, a petición mía, en directo (lo de en directo lo digo porque ya os vais a, ejem, dar cuenta). Además, como yo no me dirijo a ninguna abeja reina; he pensado que nada más oportuno para ilustrar musicalmente la postalita que ese segundo movimiento (adagio), que es pura magia invernal.

En fin. Alegría ¡por qué no! Y cuidado con el durse.

Y, ya que me he tirado tanto el moco, y hoy me toca (gracias, misántropo), os dejo con el último movimiento; que es un Tema con variaciones. Para no quedar con la sensación de que todo es invierno en estas fechas. Ya, ya sé que parece Radio Clásica, pero no abaratemos la euforia.





Abrazos (sí, abrazos).

sábado, 20 de diciembre de 2008

A diferencia de Belén

Copos del cielo caídos
juguetes del viento son.
Nous avons, vous avez;
ils ont.
(Villancico)



Es verdad que la nieve siempre mueve a los terrícolas a sufrir de buen grado la sensación térmica reinante. La nieve purifica el aire, oxigena los semblantes, desparrama luz por todas partes y enciende la fantasía. Algo así como el frío hecho una fiesta.

Se sabe también que entre la población más llana no existe epidemia que se propague con mayor virulencia que el ánimo de fiesta. Ésto, junto con la nieve, da lugar a una euforia generalizada que viene a manifestarse en avalancha de estrechos encontronazos amigables, llamados abrazo. A consecuencia de la precipitación desaforada de tales efusividades, se ha observado un significativo recalentamiento de la corteza terrestre; lo cual origina una serie de fenómenos altemente inquietantes, como esas extrañas luciérnagas intermitentes que proliferran por los árboles, la radical mutación de las fachadas en una suerte de naves espaciales a punto de despegar o el alarmante incremento de la contaminación acústica; en forma de chirriante, repetitiva, cantinela.

Este caos es, por suerte, pasajero. Pero convendría señalar que todo este derroche indiscrimanado de calor, humano y extraterrestre, no carece de efectos secundarios. Se viene observando en los últimos tiempos una especie de extraño meteoro que parece funcionar muy parecido a la nieve, solo que a la inversa. Los estudiosos lo han definido como un velo incasdescente, formado por diminutas lenguas de fuego, que asciende hacia las capas más altas de la atmósfera, ocasionando allí un salvaje choque de temperamentos que transformaría las lenguas de fuego en balas de hielo. Con lo cual, dicen, podría bastar el soplo certero de algún dios cabreado para que salieran todas disparadas, en ráfaga, sobre la tierra.

Se asegura, no obstante, que no hay de qué alarmarse. Por fortuna la naturaleza es sabia; y el Sol, nuestro eterno aliado, se encargará siempre en el último momento de ablandar las balas. Y así, convertidas en tiernos e inofensivos copos de nieve, vendrán a posarse de nuevo suavemente sobre nuestros campos; moviendo a los terrícolas a sobrellevar con alegría la intemperie. Admirando, en todo caso, la mirada confiada de algún niño.

Y así siempre.


miércoles, 17 de diciembre de 2008

Alrededor de la media noche

Apenas cinco minutos para las doce. Qué bonita hora para despertar. La ventana continúa soplando, de par en par.

En mi leve ingravitud me dejo estirar suavemente hacia esa puerta entreabierta que inaugura, bostezo a bostezo, la consciencia de las cosas más a mano; de la mano de este familiar tufillo, entre encierro y primavera. El primer, involuntario, gesto me incomoda. Me informa sobre la naturaleza urgente de esta inquietud repentina que me empuja a saltar corriendo de la cama. Rápidamente analizo la situación y comprendo que es debida, no tanto a las rodillas que me atenazan el ombligo, como a las punzadas lacerantes que me lanza la vejiga, a punto ya de estallar.

Me deslizo sigilosamente en dirección al baño, donde me deshago en aguas destempladas. Un breve chorro a presión de agua fría sobre mi nuca me devuelve la confianza en mi epidermis y en mi cráneo. Una vez fresquito y relajado, no resisto a que mis ojos puedan planear unos instantes sobre la cama: ese pie desnudo, descolgado; esa negra melena apelmazada, babeando sin complejos sobre el borde del colchón, esa espalda que es la misma que soñaba hace un ratito...De repente, un apretado gruñido interior me apercibe de que igual va siendo hora ya de comer algo. Y me precipito autómata, como impulsado por un resorte atávico (las zapatillas como único aderezo) a la cocina, de par en par también desde antes.

Al asunto. Pongo huevos a cocer mientras voy exprimiendo unas naranjas. Le devuelvo a quemarropa un semirequiebro torero a esa luna, casi llena, que parece divertirse de lo lindo con el espectáculo desangelado de mis pantuflas deshilachadas; y paso a ir enchufando la máquina tostadora mientras le hago engullir unas rebanadas integrales. Rato muerto. Me entretengo unos instantes admirando la asombrosa agilidad de una araña, que repta acelerada sobre su hilo para escapar al calor inopinado de una electricidad radicalmente encendida. No ha pasado ni medio minuto cuando acaricia mis oídos un suave oleaje que viene del más allá. Iré a ver qué pasa.

Y pasa que, efectivamente, ha habido movimientos. Ese pie desnudo y descolgado ha huído bajo la sábana. La melena se ha transmutado en rostro y la espalda ha dado paso a un jardín de familiares fragancias; en abierta pugna con la brisa primaveral que nos entra de la calle. Un ruído inesperado tira de mí, imperativo, con el impulso de que cierre, de golpe, la ventana. Es el cuco, puntual; que justo en este momento ha salido de su jaula, para cantarme las venticuatro en platas; y así hacerme ver que, a veces, por la noche, no nos hace falta el tiempo para nada.

Por el pasillo hace rato que se iba incorporando un humillo mareante. A base de pan chamuscado, huevos reventados y fruta oxidada.


sábado, 6 de diciembre de 2008

A contrapuente





Ahora que todos se van, yo vengo.

El lado izquierdo de la calzada semeja una hecatombe rabiosa, que se precipita en forma de cascada, cae en picado, de la montaña hasta el mar. La vía derecha, en cambio, parece hoy por estrenar. Toda para mí solito. Es verdad que me dejo llevar en autobús; pero es como si fuera en coche y me basta imaginar que bajo las ventanillas para ir en bicicleta. Y ahora la carretera es un horizonte bajo mis pies; un alambre en linea recta por donde asciendo, procurando no caerme, desde la playa hasta el mar. Ese otro mar, que siempre me espera; hundido en las faldas de la montaña.

O sea, que vuelvo a volver; a destiempo. Me revuelvo a contrapuente. En ocasiones así, es sabido que resulta conveniente y hasta imprescindible, tener a mano libretilla y boli. Y yo voy bien equipado; por lo tanto, me aderezo, me arrebujo y alzo el vuelo; no sin antes conectar el piloto automático. Y es ahora cuando el horizonte se aparece, desde arriba, como un óvalo ferpecto; el achatado ferpil de una sandía espachurrada, un imposible supoxitorio ambidextro; el inagotable auraaahhhh ah, ah, ah, de un limón por exprimir.

Y tánto subo, y subo tanto...que apenas demoro en quedarme sopa; a trompicones. Y entre trompicones sueño...por ejemplo cómo salto sin carrerilla ni pértiga de una orilla a otra del Amazonas. Cómo abrazo en un sólo gesto todo el verde de la selva, y resulta ser una lechuga, con la que enveneno a mi canario. Cómo hablo, por ejemplo, sin hablar, desde mi ojo izquierdo a ese labio. O por ejemplo cómo escapo, con todo mi corazón, a tus asuntos. Y cómo, ésto es mágico, él (mi corazón en sueños) me rescata. Y cómo, yo, en sueños también lo rescato. El sueño resulta ser muy profundo y bastante confortable.

Se diría casi comatoso. Me despiertan en el último momento ciertas turbulencias que acosiona el autobús, al aterrizar sin tren de aterrizaje en pleno aguacero. Y es que hace muy mal tiempo. Como bienvenida el Yeti. Porque aquí no queda nadie; salvo yo, y el puente; por ese orden.

Y es ahora cuando dejo de soñar, y me doy cuenta de que no me queda otra que correr a casa y fundirme en un abrazo interminable con la chimenea.

Pero eso sí. Con todo el orgullo a prueba de las más familiares intemperies. Y el hígado, a prueba de tí, navidades.








 
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