Que hay un camino, aunque pudiera no parecerlo. Pero esta vez no va de música la cosa, sólo, sino de, también, psicología (¿se dice así?)...Y no hace falta ser sicólogo, ni mucho menos músico (o al revés), para poder zambullirnos sin mayor trámite en acalorado debate comparativo sobre este asombroso y eficaz fenómeno que, efectivamente, llamamos "efecto Mozart".
Sí, no pongan esas caras; y que tire la primera piedra quien, habiéndo gestado, criado o parido (el orden no perjudica la solvencia del proceso) recientemente, no se haya sorprendido-a-@ al menos, tarareando una música incomprensible de película. Ni qué decir de quienes tienen hermanos menores o han sido obsequiados estas navidades con un delicioso perrito. Y es que, por lo visto funciona.
Tengo que confesar que a mí, particularmente, me va de fábula; aunque la realidad es que está especialmente indicado para potenciar el desarrollo de niños más pequeños. Ampliamente demostrado, además, dicen.
El caso es que, lógicamente, un descubrimiento tan extraordinario no iba a poder parar ahí; y sucede que los americanos, siempre tan ociosos ellos, ya se han puesto manos a la obra. O mejor dicho, a las obras, ya que no es cuestión de restarle color a la paleta y al final va a resultar algo parecido a la comida. Por especias no será, ya saben, quizá haya que revisar aquella vieja sentencia y afirmar sin miedo que un hombre, es lo que escucha...
Tras cumplir todos los protocolos pertinentes en estos casos, los científicos han llegado a varias conclusiones. Primero:que no todo el monte es Mozart. Pero también que esta supuesta magia, bien podría surgir, más que de la música en sí, del carácter o la propia vitalidad de los "maestros" en cuestión. Pasaremos ahora a referir una selección de los ejemplos más notables:
Efecto Beethoven : el niño padece de ataques de ira repentina,
depresión y se hace el sordo cuando le hablan.
Efecto Paganini : el niño habla muy rápido y con palabras
extravagantes, pero nunca dice nada importante.
Efecto Brahms: el niño habla con una gramática y un vocabulario
maravillosos siempre que sus frases contengan múltiplos de 3 (3,
6, 9 palabras, etc.)... Sin embargo, sus frases de 4 o 8
palabras resultan bobas y poco inspiradas.
Efecto Wagner: el niño se torna megalómano. Es posible que
termine casándose con su hermana.
Efecto Bruckner: el niño habla muy lento, se repite con
frecuencia y adquiere reputación de profundidad.
Efecto Mahler: el niño grita sin parar a todo pulmón
durante varias horas diciendo que se va a morir.
Efecto Schoenberg: el niño nunca repite una palabra antes de
usar todas las otras de su vocabulario. A veces habla al revés
y con el tiempo la gente le deja de prestar atención. El niño opina que
es debido a la incapacidad de la gente para entenderlo.
Efecto Stravinsky : el niño tiene una tendencia pronunciada a
explosiones de temperamento salvaje, estridente y blasfemo que
frecuentemente causan escándalos en el jardín infantil.
Efecto Ives: el niño desarrolla una habilidad fenomenal para
mantener varias conversaciones al mismo tiempo.
Efecto Boulez: el niño balbucea bobadas todo el tiempo.
Después de un tiempo a la gente ya no le parece gracioso, sin
embargo poco importa pues sus amiguitos creen que es un genio.
Efecto Philipp Glass: el niño acostumbra decir lo mismo una y
otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... con
mínimas diferencias que nadie nota.
Efecto Stockhausen: el niño aprecia en cada ataque terrorista
una obra de arte.
Y claro, el Efecto John Cage: el niño no habla nada durante 4 minutos y 33
segundos. Es el niño preferido de 9 de cada 10 profesores.
Y nadie dice nada de papaito Bach, afortunadamente. Y digo yo que será el que se carcajea cada vez que truena.