.jpg)
A la sombra de este árbol sintético nada es del todo irreal, querida. Y tampoco lo contrario.
Aquí la ausencia de brisa se condensa en una cuna aletargada que mece fantasmas y predispone al ensueño en esta hora de esperanzas naufragadas; en un eterno viaje desde lo que no comienza ya, hacia lo que nunca acaba.
El atardecer se filtra, declinando a través de los abismos a media clausura de la persiana, picada de viruela. El ocaso se concreta a mis espaldas en una lámpara opaca, que anochece proyectando remotas presencias sobre el líquido cristal, en el que miro y no veo; y a veces también me veo.
Es la hora en que salen a nadar chapoteantes, esperpénticos perfiles; acrecentada su danza por la humedad polvorienta del aire estancado. La hora de vivencias compartidas de una soledad exquisita. Palpitar alucinado y siniestro de una memoria a dos planos. Incontrastable inventario.
Certidumbre febril de lo que nunca fue.
Pero es.
Y me felicito en vos.