
Noviembre.......mes de tránsito a ninguna parte, semejante a un tren varado en vía muerta; mientras nosotros, viajeros atónitos incansables, contempláramos detenidos desde dentro los furiosos azotes de una estación anacrónicamente madura. La lluvia vuelve a ser la de siempre, ya no finge. Ya hace rato que dejó de jugar a hacer filigranas y arabescos tibiamente sobre el cielo, y cae recio. Una lluvia muy vasca, como decía Baroja.
Vuelve la soledad a los hogares, a los corazones desvalidos, a las manos deshabitadas. La noche se anticipa. Vuelve, sin embargo, esa vieja pasión, más sentida que pensada, que hace temblar las entrañas ante la proximidad inexorable del invierno. Vuelve el amable paisaje otoñal, lleno de amarillos y ocres, colores suavemente requemados; sereno goce melancólico de paisajistas andarines solitarios...manto extenso de montañas pobladas de helechos, de hayas, de robles que dejaron pasar las voluptuosidades del verano...y se recojen en sí mismos...abandonados...a la espera...
Siempre vuelve en otoño el sentimiento de espera. Un deseo inconfesado de que el tiempo no avance; se detenga acobardado como aquel pajarillo aterido y tembloroso que perdió su nido, desorientado y sin fuerzas para piar; que se nos incrusta de golpe en el pecho, en el vientre, en las manos, en los muslos...en el alma. Esa sensación atemporal de mágica irrealidad que invade estos montes cada año.
Y volvemos a preguntarnos qué somos, quiénes somos, confundidos entre el sueño que dormimos y el que vivimos despiertos. Vuelve a anegarnos el cuerpo la memoria; esa memoria indefinida, caprichosa y vasta que es la nostalgia. Quizá la avasalladora imagen de esa belleza perdida...que se fue y aún se echa de menos...Y retornamos...volvemos...siempre volvemos a nuestro ser en otoño.
(Grabación casera: al piano Manolito, a la viola Doentercera y al clarinete, Misántropo.)